RUEDAS

La Concejala Silvia Junco entrega los premios
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Soy un señor mayor y un poco serio para hablar de seguridad vial que es un asunto más serio aún por lo que todo puede quedar un poco soso pero, además, debo dirigirme a niños y eso si lo complica todo porque ellos no son serios como yo, a ellos les gusta reír y jugar y hacer cosas que producen felicidad y regocijo, por eso se me ha ocurrido contar la historia de mi amiga Loreto.

Loreto es una niña de diez años, muy guapa. Tiene unos grandes y vivaces ojos marrones y una peca junto a la boca que le confiere un aspecto singular, como sus largos rizos que a modo de tirabuzones recorren su cara otorgándole un aire rebelde y travieso. Sin embargo lo que le hace especialmente singular a Loreto no es nada de lo descrito sino el hecho de utilizar para desenvolverse una silla de ruedas. A consecuencia de ello la mayoría de los compañeros por no decir todo el barrio, la conoce por “ruedas”. Bueno el mote obedece, además de por utilizar la silla de ruedas porque Loreto recuerda al personaje  que en el cuento de “Guillermo Fesser” ejerce de ayudante del detective privado “Anizeto Calzeta” y que cuenta con el mismo apodo. Mas que en su físico se asemeja al personaje del cuento en las velocidades que desarrolla con su silla recorriendo el barrio de un lado para otro y por su habilidad en los asuntos de la informática.  Y lo mismo que en el cuento su tocaya saca de apuros al jefe, ella con frecuencia ayuda a su papá y a su mamá en el manejo del ordenador, para encontrar cosas en google o subir fotos al facebook y también ayuda a sus amigos a la hora de resolver problemas de lógica.

Y de eso, de lógica le vino a hablar un día un agente de policía al colegio. Vino de visita pero con la intención de instruir a los niños adecuadamente en los asuntos que él enmarcaba dentro de la Seguridad Vial. “Ruedas” lo conocía bien, era el agente de proximidad con el que frecuentemente se cruzaba por el barrio, el que se aseguraba de que los chicos pasaran la calle sin riesgo a ser atropellados a la entrada y salida del cole. A ella eso de la Seguridad Vial le parecían términos nuevos que debía aprender pero pronto se dio cuenta por las explicaciones del agente que correspondía al conjunto de reglas que sus padres le habían enseñado desde muy pequeña y que aseguraban responder a una lógica necesaria para el buen desenvolvimiento de los ciudadanos en el devenir constante de la ciudad. 

Su padre le solía decir, mira, para andar por la calle evitando problemas y tratando de no causárselos a los demás solo es necesario utilizar la lógica, es decir, no debes hacer a otros lo que no te agrada hagan contigo especialmente si como es tu caso en lugar de andar, ruedas siempre a toda pastilla. Cuando te lanzas a tumba abierta por las calles del barrio y observas que te vas a encontrar con un bebé u otro carrito, un señor mayor que camina dificultosamente, etc…, debes reducir la velocidad adecuadamente para no asustarlos y no causar un accidente del mismo modo que, cuando tú cruzas la calle por el paso de cebra que es el lugar señalado para hacerlo, los  conductores reducen la velocidad de sus vehículos y te ceden el paso.  

Cuando el agente de proximidad los visitó en el colegio expuso detalladamente los elementos que se deben observar y el buen uso de las zonas urbanas, el funcionamiento de los semáforos y sus distintos estados ámbar, rojo o  verde y como debemos proceder cuando ilumina intermitentemente, etc…, la necesidad de cruzar la calzada solo por los pasos de peatones o de cebra y por qué debemos asegurarnos además de que los conductores se han percatado de nuestra presencia en lugar de irrumpir de modo acelerado o inoportuno, y una vez que le pareció que había terminado su exposición, propuso un turno de preguntas y como no podía ser de otra manera, “ruedas” fue la primera en levantar la mano para solicitar turno.

 Señor agente, mis padres me enseñaron desde muy chica lo importante que era cumplir con todas las normas que usted ha explicado y también me enseñaron que lo más importante es respetar a los demás, especialmente a los que tienen dificultades, a los pequeños, a las personas invidentes o muy mayores, y yo veo que no todos los conductores respetan las normas, muchos estacionan sus vehículos fuera de los lugares apropiados, por ejemplo, ocupando sin autorización las plazas para las personas con movilidad reducida o en los rebajes de las aceras impidiendo que podamos pasar. Otros se suben a las aceras ocupando un espacio que no les corresponde o pasan por los pasos de cebra sin reducir la velocidad como mi padre y usted dicen que están obligados a hacer, por eso yo estoy mucho más tranquila cuando usted está cerca porque al ser la autoridad los coches en cuanto se percatan de su presencia, respetan las normas escrupulosamente. Entonces, si esto es así, --¿por qué las autoridades no disponen que sean más personas como usted las que nos asistan, las que exijan el cumplimiento de la ley y las normas?-- 

El agente respondió, bueno, no lo sé, a veces gobernar no es fácil pero te prometo que trasladaré tu inquietud y acto seguido todos los chicos aplaudieron al agente y a ruedas que como siempre se mostró audaz y atrevida a la hora de defender los derechos de todos los niños. Luego aprovechando la euforia del momento añadió: Señor agente, ya que va a hablar con los superiores recuérdelos que todavía hay lugares a los que las personas con movilidad reducida como yo no podemos acceder porque barreras físicas nos lo impiden --¿no cree que todos los niños deberíamos poder asistir en igualdad a todos los lugares?-- Si, estoy de acuerdo contigo –respondió el agente- y te prometo que me encargaré de transmitirlo con tus mismas palabras.

Marzo, 2013
  • Esta trabajo se presentó a una comvocatoria del Ayuntamiento de Oviedo: I Concurso intergeneracional de Seguridad Vial, consistente en un concurso de redacción abierto a niños y mayores. Obteniendo el I premio categoría adultos.
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EL DESENCUENTRO

Vista lateral silla de ruedas
Vista lateral silla de ruedas
Satisfacía cada noche con su voz, las ilusiones de los habituales radioescuchas nocturnos. Como ocurre con alguien de quien solo conoces su voz, cada cual lo imaginaba de modo distinto porque su faceta personal había sido especialmente guardada según lo acordado en el contrato que lo ligó a la emisora.

Siempre se mostró ingenioso y espontáneo aunque un poco tímido si bien su timidez no obedecía tanto a una cuestión genética como a la falta de autoestima que demostraba especialmente en situaciones de intercambio social, sin embargo, tras el micrófono era distinto, se transformaba en un tipo valiente y provocador. Aquella oportunidad que un día, casi por casualidad le dieran para hacerse oír a través de las ondas, más para cubrir el expediente que por precisar sus servicios, se convirtió en el mejor regalo que le pudieron hacer, si bien, un poco envenenado. Había acudido a protestar haciendo valer sus derechos, reclamando un espacio y el jefe de programación le ofreció la oportunidad de intentarlo cada noche utilizando como arma un micrófono. Pronto se hizo con la nueva herramienta y al cabo de unos meses, como si de un profesional de las ondas se tratara, ya contaba con notable audiencia y un club de fan’s que lo escribía regalando piropos e incluso algunas propuestas sentimentales de distinta índole, desde la noble amistad hasta el intercambio de fluidos. Nunca antes le había ocurrido nada igual porque habida cuenta de su timidez, tampoco él se atrevía fácilmente a insinuarse a persona alguna del sexo opuesto, sin embargo, ahora, como consecuencia del programa, muchas mujeres de edades tan dispares como los quince ó los cincuenta años querían mantener un affaire con él; por eso y porque los momentos que vivía eran un tanto desequilibrantes, sabía que la cosa tampoco podía ir mucho más allá. No se atrevía a comentar a sus compañeros como se sentía interiormente, además, ellos lo colmaban de elogios. –Lo haces muy bien, chico. Cuando yo empecé me costó mucho más que a ti, se ve que tienes el don de la comunicación–. Y algo de cierto había porque las cartas eran constantes y algunas incluso insistentes.

Habiendo desistido ya de la intención de contestar a todas como pretendió hacerlo en un principio, decidió incorporar una mini-sección en el último cuarto de hora del programa, consistía en permitir a los oyentes que telefónicamente manifestaran sus impresiones; podían decir lo que quisieran ó hacer alguna petición a sabiendas de su no-compromiso de complacer las peticiones, o sea, que se podía solicitar un disco pero podía colocar en el plato otro diferente al solicitado, o pedir la lectura de un texto y él, radiar otro distinto. Aquello en lugar de exasperar, terminó disparando las llamadas a las tres de la madrugada hora en que finalizaba la edición. 

Le habían concedido un horario intempestivo, seguramente, necesitados de cosas nuevas con poco riesgo lo que a él complacía doblemente porque la noche era cómplice de intimidades dada la poca gente que lo veía entrar ó salir de la emisora y los que lo veían raramente podrían imaginar se tratara de la persona con voz insinuante, ocurrente y acolchada que en esa franja nocturna se dirigía a los que optaban por aquel dial. Además, acostumbraba a llegar con bastante antelación para tranquilizar los nervios decía, aunque más bien se tratara de una maniobra de despiste que practicaba también al abandonar el trabajo hora y media más tarde, entreteniéndose a propósito en ojear los periódicos de última hornada destinados a los responsables de los primeros informativos que a partir de entonces se incorporaban a la radio. Solía tomar café en la misma cafetería, siempre con cuidado de no intimar con nadie para dirigirse después a su casa en soledad pero colmado de emociones y fantasías que sus radioescuchas femeninas le proporcionaban. La situación le daba morbo pero el globo crecía cada noche y era irremediable que en algún momento estallara y él intuía que el momento de hacerlo se estaba acercando. 

Conectó el ordenador para navegar un poco antes de disponerse a dormir pero, sobre todo, para satisfacer la curiosidad de encontrarse ante el numeroso correo electrónico en el que, a buen seguro, no faltaba, como en las 190 noches anteriores, el suyo. Decía tener ojos claros, piel morena, 31 años y medir 1,65, mostrando gran sensibilidad a la hora de escribir. Lo que empezó siendo un juego de intercambio cultural y de opiniones, pasó casi imperceptiblemente a convertirse en una estrategia de seducción por ambas partes para terminar en una extraña declaración de amor por parte de ella. Pretendía mantener una entrevista que aún siendo deseada por ambos era aplazada una y otra vez. Siempre supo que quien juega con fuego se quema y por eso evitó arrimarse demasiado pero intuía que, en esta ocasión, era ya tarde, que algo había que hacer. La barrera de la radio y de la informática elevaba un muro que los distanciaba físicamente pero no evitó que la química hiciera su trabajo y el muro se resquebrajaba. Una noche si y otra también, se comunicaba por teléfono a la emisora con insinuaciones que él evadía incluso con algunos desplantes que luego se convertían en reproches en la red. El amor duele y duele mucho por eso debía terminar pero no lograba imaginar cómo sería ese final, no obstante de lo que si estaba seguro es de que dilatarlo solo aumentaría el dolor. Aquella madrugada, ante el ordenador, había resuelto hacer algo porque su último e-mail hablaba claro. –Si no accedes a tener una entrevista, estoy resuelta a presentarme en la emisora y hacer guardia hasta conseguir hablar contigo—. Sonaba rotundo y por ello decidió dar un audaz paso que nunca antes habría imaginado. 

–No nos conocemos—, le dijo. –No sabes nada de mí, no sabes como soy ni hasta que punto te podría defraudar-. 

–Paso más de dos horas contigo cada noche y escucho atenta todo lo que dices en la radio para luego seguir conversando a través de este trasto y con eso me basta—, respondió ella. 

–Y además, si es ese el problema envíame una foto pero vamos a darnos pronto una oportunidad, oportunidad que sería mejor sin foto dado que me gustan las sorpresas-.

Aquello permitió un respiro, no quería enviar fotos porque no quería que lo reconociera y por ello siguió el juego accediendo a una cita. Tal había sido su insistencia en la promoción del encuentro que no puso condición alguna para el mismo, mostrándose sumisa ante sus exigencias. La citó para el viernes de la semana siguiente en la cafetería de un conocido centro comercial al que ella acudió puntualmente. Debería llevar un sombrero negro y un libro en la mano de un autor determinado para estar seguro de no confundirla con otra, sin embargo nada dijo de cómo se presentaría él y siguiendo la tónica de la sorpresa, le dijo que tan pronto se percatara de su presencia se acercaría y le diría hola. 
Nerviosa y cansada de esperar daba paseos de la mesa a la barra mirando el reloj y a todos los presentes que no eran muchos a aquella hora de la mañana. La había citado a las once porque necesitaba tiempo para terminar con todos los asuntos pendientes. Se había despedido de los compañeros y del jefe de programación y también había pasado a retirar de caja el cheque con la liquidación y el finiquito. Alegando una crisis emocional, dejaba la emisora con intención de volver algún día sin fecha concreta aunque en realidad lo hiciera para desaparecer definitivamente. Lo había planeado incluso antes de conocerla pero ahora que la tenía ante sí, a sólo unos pasos, sabía que estaba haciendo lo correcto. 

Era atractiva, vestía una falda corta negra y chaqueta de cuero rojo de aproximadamente la talla cuarenta y dos, seguramente adquirida en Zara, con las mangas ligeramente remangadas. Usaba gafas que le otorgaban un aire que le pareció interesante y pelo corto y, como habían pactado, un gorro negro y redondo coronaba graciosamente su cabeza aunque parecía no estar a gusto con él, sin duda, lo compró obligada por las circunstancias pero no formaba parte de su atuendo habitual. El libro en la mano no dejaba lugar a dudas y era tan bella como la había imaginado pero la escena estaba llegado a su fin, dejó sobre la mesa el importe del café que había estado tomando mientras la observaba y tras una última mirada de admiración y tras asegurarse de que ella no había reparado en él, aspiró todo el aire que pudo para hacerse con las fuerzas necesarias que le ayudaran a tomar impulso y dirigir su silla de ruedas hacía los ascensores, desapareciendo para siempre y como tantas otras veces, en un episodio más de su vida, purgando con su propio dolor el daño que a ella infringía y preguntándose cuál sería su reacción cuando intuyera, a través de averiguaciones en la emisora, las auténticas razones para aquel desencuentro.   

Enero, 2009
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